Lía tiene sesenta años y es una de las mujeres que va a poder jubilarse gracias al decreto presidencial que permite computar un año de aporte por cada hijo/a nacido. Ella crió cuatro hijos sola y trabajó como empleada doméstica durante más de 30 años, el tiempo suficiente para jubilarse, sin embargo la falta de aportes a la seguridad social no le permitían acceder a este derecho.
La historia de Lía es la historia de millones de mujeres que trabajan los siete días de la semana, las 24 horas del día: son las responsables de cuidar y realizar las tareas domésticas en sus hogares y a su vez salen a trabajar para poder contar con un ingreso y a veces sostener una familia en soledad. En el caso de Lía, las posibilidades laborales fueron limitadas y, como si fuese una extensión de las tareas que hacía en su hogar, el trabajo al que pudo acceder fue el de realizar estas mismas tareas en casas particulares. Esta es una de las principales salidas laborales para las mujeres: dos de cada diez mujeres que trabajan lo hacen en este sector. Y a su vez, es uno de los trabajos más informales y peor remunerados: el 75 por ciento de las personas que realizan esta actividad lo hacen en la informalidad y el salario está en poco más de 28 mil pesos.
Esta historia es reflejo de las principales desigualdades que atraviesan a la estructura social argentina: la distribución inequitativa de las tareas domésticas y de cuidado que recae principalmente sobre las mujeres, la falta de reconocimiento de estas tareas como un trabajo y el impacto que ello genera en las posibilidades de inserción laboral de calidad.
Todos los indicadores laborales demuestran que las mujeres están en una situación mucho más desventajosa que los varones. En estos días se conocieron los datos de la última encuesta de hogares realizada por el Indec: la desocupación general bajó al 9,6 por ciento, pero la desocupación para las mujeres y en especial para las jóvenes sigue siendo alta: es de 22,4 por ciento. Sumado a esto, la informalidad laboral impacta en mayor medida en las mujeres y los ingresos, en promedio, se ubican entre un 25 y 30 por ciento menos que los varones.
¿Por qué la recuperación no llega a las mujeres?
La pandemia ayudó a visibilizar lo que es conveniente ocultar: el tiempo dedicado a cuidar, criar, lavar ropa, limpiar, cocinar, indispensable para el funcionamiento de la economía y de la sociedad en su conjunto. Las mujeres dedican, en promedio, el doble de tiempo a estas tareas que los varones. Según datos del Centro Atenea, el aporte de este trabajo no reconocido ni remunerado equivale a más del 15 por ciento del PBI anual. Dada esta configuración social y en un contexto en donde los espacios de cuidado y escuelas tuvieron que cerrar, ¿quiénes iban a ser las encargadas de cuidar a niños, niñas y adultos mayores?
Las mujeres ya de por sí suelen tener trayectorias laborales más inestables, dado que en algunos casos se retiran del mercado de trabajo para cuidar y criar. A su vez, la pandemia afectó a toda la economía, pero en particular a rubros más bien feminizados que son los que están teniendo mayores problemas para recuperarse. El trabajo en casas particulares sólo recuperó el 18 por ciento de los 500 mil puestos de trabajo perdidos. Los sectores que están teniendo mejores signos de recuperación son la construcción y la industria manufacturera, actividades altamente masculinizadas.
En este contexto tan adverso, se han lanzado políticas significativas. El reconocimiento que realizó Anses al cuidado de hijos/as para sumar años de aporte jubilatorio no sólo afirma que esta tarea es un trabajo y un aporte social fundamental, sino que viene a saldar esta desigualdad a través de una medida concreta. El programa “Te sumo” que busca incentivar a Pymes a la contratación de personas jóvenes con especial hincapié en mujeres. Y el más reciente “Registradas” que tiene como objetivo aumentar la cantidad de trabajadoras de casas particulares registradas tendiendo un diagnóstico claro: es una de las principales ocupaciones de las mujeres y la tasa de informalidad se mantiene muy elevada. A través de esta medida, el Estado realizará el pago de una parte del salario de las nuevas trabajadoras registradas.
De todas formas, no hay que perder de vista que estas desigualdades estructurales no se resuelven solo con crecimiento o recuperación económica. Si no cambiamos la organización social del cuidado y distribuimos esta actividad llevada adelante en mayor parte por mujeres, personas como Lía seguirán teniendo las mismas dificultades para acceder a derechos básicos: trabajo de calidad, seguridad social y bienestar.
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